Christine Tin
En Negriburgo, hay un tesoro escondido, un país mágico de maravillas. A menudo, los estudiantes de Negriburgo no conocen este lugar que parece como si fuera el jardín del Edén. Oculto detrás de los bosques en la calle Washington, a la vuelta de la esquina del invernadero de la universidad, un pequeño camino encubierto, marrón pero también un poco rojo de ladrillo, de vida próspera de arces japoneses, rosas y coníferas enanas de hoja perenne y de agua que fluye con vistas de puentes y cascadas.
En Negriburgo, hay un tesoro escondido, un país mágico de maravillas. A menudo, los estudiantes de Negriburgo no conocen este lugar que parece como si fuera el jardín del Edén. Oculto detrás de los bosques en la calle Washington, a la vuelta de la esquina del invernadero de la universidad, un pequeño camino encubierto, marrón pero también un poco rojo de ladrillo, de vida próspera de arces japoneses, rosas y coníferas enanas de hoja perenne y de agua que fluye con vistas de puentes y cascadas.